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EL DUENDE DEL RANCHO GRANDE

Un día la señora de Álvarez venía por la calle Belgrano. Era la oración cerrada y hacía mucho frio. No se veía ni un alma. De la Juan Jorba más abajo, encima no había luz y sólo se veía un foquito en el frente del Hogar de Ancianos.

 Había un montón de arena en la vereda, era de una casa en construcción en el terreno de los Aldao. Le quedaba poco para pasar frente a las paredes viejas de lo que fue el “Rancho Grande” y se sentiría más tranquila porque ese lugar la inquietaba. Ya llegaba a la altura de una antigua puerta de madera, cuando ésta se abrió y salió un hombrecito, con un sombrero en su gran cabezota y sus ojos desmesuradamente grandes y brillantes. Antes de que la sorprendida mujer pueda reaccionar, estaba en medio de la calle, impidiéndole la pasada. Se quiso volver pero ya estaba detrás de ella, saltando como un resorte. Un grito se le anudó en la garganta y sintió un frio subirle desde los pies. En ese momento un auto giró en la esquina de arriba y el duende se esfumó por donde había llegado. La atribulada mujer pudo dar un gran paso, luego otro y luego apresuradamente volver a su casa.

 Esa misma noche, en el Hogar de Ancianos, dos de las cuatro mujeres que quedaban de guardia ya habían terminado sus tareas y fueron apagando las luces, mientras los ancianos ya dormían. Sintieron, de repente un ruido de latas en la cocina.

 Pensaron que había entrado un perro, pero no. Un hombrecito con su gran cabezota y sus ojos desmesuradamente grandes y brillantes estaba inspeccionando las ollas.

 Al otro día, todo Andalgalá era una revolución de rumores ¿Cómo pudo suceder esto? –Muy simple- dijo Doña Sabina- es que el Rancho Grande antes era un recreo bailable y cuentan que una jovencita que estaba embarazada, se agotó una noche bailando y se descompuso. Sus amigos la socorrieron pero no pudieron evitar la pérdida del bebé. Para que los padres no se enteraran, allí en el mismo baño hicieron desaparecer el feto. Y la gente dice que una criatura nonata, muerta y enterrada sin ninguna bendición, siempre vuelve como duende travieso que juega haciendo asustar.

AUTORA: ANA MARÍA SACCHETTI

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